Juan José Prieto Lárez*

   Buscando olvidar su pasado jipi, Simbrosio Pinto decidió largarse de su natal Maracaibo a la enmarañada capital del país. El trasnochado aventurero, luego de vivir aislado en un mundo que tocó fondo a los finales de ochenta comienzo de los noventa, decidió echar al cesto del olvido los ingredientes que acecharon su vida y la de muchos otros que quedaron en el camino tras un alucinante convivir de vicios y propósitos inviables, pero era la rebeldía universal la que hablaba. Las drogas, el alcohol y las malas compañías fueron el detonante para quienes quedaron colgados en una nota abobada, y una conciencia hecha jirones, además de cuerpos casi inservibles para nada útil a una sociedad, que por mucho tiempo sufrió la decadencia de sociedades desarrolladas, emularlas fue la perdición para miles de jóvenes que ansiaban un mundo  construido de la más absoluta carencia de valores, el amor y la paz eran solo una excusa.

   Todo eso lo pensó Simbrosio antes acertar con la decisión de despojarse del pelo largo, barba espesa y descuidada, de un ropaje que hacía mucho había perdido lo alegre  de su colorido, pero principalmente de su figura enjuta.

   Una pensión en el centro de Caracas sirvió para ordenar algunas ideas sobre cómo iniciarse una vida en ese monstruo donde nadie importa a nadie. Con poco dinero pudo recorrer la ciudad en autobuses que daban la vuelta a la ciudad por medio real, una arepa de caraotas y queso blanco costaba un bolívar, así pudo conocer cada rincón en poco tiempo, hizo amigos que vendían libros y no les iba mal. Así comenzó una nueva vida al lado de grandes escritores del mundo. Se alejó de las malas influencias y se metió de lleno en la lectura. A poco de iniciarse como librero ostentó una bagaje de conocimientos contrapuestos a los ganados haciendo nada en una oscura calle de su ciudad fumando marihuana y comiendo hongos alucinógenos.

   La poesía fue su refugio pasando por los más connotados bardos nacionales, atesoró el pensamiento universal de la filiación humana, diferentes concepciones de vida. Aprendió a escribir poesía, se hizo poeta. De reojo miraba la vida sonreírle, se sentía con mejores bríos para enfrentar ese otro modo vivir, sufriendo por otros y todo lo dejaba ver en sus poemarios que vinieron luego que fuera descubierto como el Poeta del Puente, lugar de la avenida Fuerzas Armadas.

   Las invitaciones a recitales eran a diario, la popularidad corrió por entre los intelectuales capitalinos que entonces lo visitaban en su quiosco de libros, llegó a vender más a que las reconocidas librerías de Caracas. Pero sufría en cada poema, desgajaba su yo interior por la crudeza de lo que decía, las perturbaciones por la desigualdad que se vivía en una sociedad perversa y llena de corruptos. Escribía de un mundo nuevo, por venir que abrazara al pueblo y lo librara de las manos de los especuladores de su existencia. De un momento a otro pasó a ser enemigo de los amigos que lo visitaban y alentaban su poesía, ahora estaba solo otra vez, encerrado en otro mundo, este, aunque más sublime, no dejaba de ser molesto para muchos que no gustan de los poetas porque dicen la verdad. Murió solo, enterrado por sus amigos libreros, sus poemas andan sueltos entre gente que si lo extraña.

*Periodista

peyestudio54@gmail.com

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