Juan J. Prieto L.*

Venía Natalio con unos de más. Y dispuesto a dormir enfiló sus pasos por el callejón aledaño a su casa, venía de una conversa habitual con los amigos de siempre en algún banco de la plaza Bolívar. Esa noche hablaron de muertos, espantos y aparecidos.
El cielo muy, muy oscuro anunciaba lluvia y justo cuando divisaba la esquina de su hogar se desató un aguacero atroz. Tuvo que apurar el paso para no llegar empapado y tener que mojar la sala de casa, porque seguro era peo con su mujer. Mientras todo esto pasaba por su cabeza pa´más ñapa se fue la luz, ahora ni siquiera veía la ruta de su andanza, sin embargo lo asaltó la reunión de donde venía, donde sin querer invocaron a tantos muertos conocidos y extraños. Ahora una impenetrable negrura lo abrazaba, de pronto la silueta blanca de una mujer se le plantó en frente, toda, toda de blanco, sin rostro. Sintió que se derretía todo, se puso frío, y una tembladera que lo recorría hizo que perdiera la fuerza de sus piernas hasta que cayó encima de la acera.
La pertinaz lluvia lo despertó, ya estaba en su casa, en cama, muy arropado, en calzoncillo como era su costumbre de dormir, ni una señal del aguacero por el que había pasado.
_Mierda! qué fue lo pasó? Pensó.
Volvió a quedarse dormido y soñó que estando en el pavimento la mujer que había visto en medio de aquella negritud, levantaba los brazos y el cuerpo de él se elevaba lentamente, y que fue así como lo llevó hasta su cama atravesando paredes hasta que lo acostó plácidamente en el lecho junto a su esposa. A la mañana siguiente recordó que uno de sus contertulios de la noche anterior en el plaza, mencionó que las ánimas del purgatorio deambulaban las calles rezando para librarse de sus penas. Natalio a nadie dijo nada y nunca más volvió a sostener un conversa parecido y menos con tragos encima y lloviendo.
*Periodista

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