Manuel Avila
El país se durmió para siempre. Quedamos congelados en la tarea de convencer a los ciudadanos que con el voto protesta se puede cambiar la suerte de un país. A nadie parece importarle que nos quedamos atrapados en la burbuja de la muerte cerebral. Atrapados sin razón porque tuvimos el mejor país del planeta con riquezas minerales para repartir por todo el mundo y donde las naciones hermanas aprovecharon la bondad de los gobernantes para entregar nuestra fortuna a cuenta de intercambios ideológicos.
Se durmió el país en la propia cara de sus hijos y nadie lo despertó para avisarle que debía comer o dormir a tiempo. Esa fue nuestra perdición porque nos dejamos hipnotizar por La IV República y con la V le entregamos a los revolucionarios el poder total de la democracia con instituciones atrapadas en un pensamiento único que le compró el cerebro a los venezolanos por una bolsa, con unos bonos y con una bombona de gas. Quedamos sin servicios públicos pasando trabajo y con una sociedad hecha añicos en medio de una mega devaluación de la moneda que convirtió a Venezuela en una de las naciones más pobres del planeta.
Pareciera que metieron a los venezolanos en un refrigera dor para que se le congelaran las neuronas para siempre, pues lo que vienen al país y conocen a fondo la situación de pobreza de los ciudadanos y la calamitosa situación de las instituciones públicas, no se explican como los venezolanos pueden sobrevivir en un clima de tanto deterioro. Esa es nuestra realidad en un modelo político que condenó a la gente a vivir de migajas y a soñar con paraísos dorados cuyo punto final es una bolsa de comida que llega cada tres meses o nunca llega más y con beneficios controlados por el Estado para entregar ñinguitas de alimentos pagados con la pobreza del bolívar devaluado.
Nada regala el Estado sino que condiciona y somete a los ciudadanos a suspirar con un futuro mejor sin ofrecerle alternativas de crecimiento, pues los salarios de los empleados públicos son parte de la miseria mental de los ciudadanos.
Eso es lo que hay pareciera decir que los hombres y mujeres de la patria son alfeñiques montados en carros, en aviones y que dejaron de interpretar, comprender y hojear un libro hace añales. Esa es nuestra realidad con jóvenes en las barriadas que nunca han visto una hoja de papel bond y no conocieron las canaimitas portuguesas porque nunca llegaron a su barrio para saborear las bondades de la tecnología. Y mucho menos llegaron los ejemplares de Don Quijote que el gobierno regaló en las plazas públicas para que sus seguidores creyeran que estábamos entrando a los albores del nuevo orden político.
Eso le compró la conciencia a los intelectuales que llegaron a creer que las misiones Robinson, Sucre, Zamora y todas las ilusiones creadas para sembrar un oasis de la mentira intelectual para castrar a toda la intelectualidad con una mentira en serie. Más nunca se oyeron los mensajes de las misiones porque se consumó la estafa comprando las conciencias de los intelectuales del país que se comieron ese manjar sin rechistar.
Toda esa parafernalia simplista quedó vuelta añicos en los recuerdos de los revolucionarios que compraron muy barata una mentira envuelta en cachipo. Por esa razón la estafa de las misiones al igual que las viviendas revolucionarias y todo el paquete de falsas propuestas quedaron destartaladas en afiches que todavía están en vallas en las carreteras del país o en las casas donde ciudadanos fanáticos llegaron a creer que estaban contribuyendo a formar una nueva nación.
Aquí nada se cumplió de lo que propusieron los líderes del proceso. Todo quedó plasmado en una ilusión óptica que se borró por arte de magia para enterrar hasta los discos de Alí Primera para que más nadie interprete las verdades hechas canciones en letras adaptadas a esta realidad revolucionaria. Pero los ciudadanos seguidores del régimen y los opositores pareciera que se les borró el disco duro de manera mágica porque todo el mundo olvidó que aquí ofrecieron un cambio de país y terminaron despedazando lo poco que quedaba de democracia.
El país siguió durmiendo el sueño eterno y los que quedaron medio vivos después de la pandemia perdieron el rumbo al convertirse en mudos y ciegos ciudadanos de cartón. Pareciera que la sociedad se hizo de hojalata, de cartón o de barro porque los sonidos del silencio impregnaron el país de la nada que abunda en una sociedad descompuesta y sin razón.
Los intelectuales le vendieron el alma al Diablo por un puñado de lentejas y los veo en los actos públicos como si nada hubiese ocurrido en una nación donde ya ni libros hay para convertir a los sabios de ayer en los mudos de hoy.
Los rostros de los tipos marcados por la sombre revolucionaria se muestran en cada uno de los actos institucionales con el símbolo de la vergüenza nacional porque de las plumas de aquellos hombres que combatieron la época de oro de la democracia solo quedan sombras de ilusos que llegaron a creer que con el comunismo se vive mejor.
A esos lo he visto con lágrimas en los ojos ya arrepentidos y haciéndose la mea culpa porque se equivocaron al entregar el país al caos