Lcdo. Rafael Antonio Lunar Leandro
Cronista del Núcleo de Nueva Esparta
Universidad de Oriente

La Asunción, capital del municipio Arismendi, y a la vez capital del estado Nueva Esparta, es una ciudad que como todo centro urbano actúa de la misma forma que un organismo vivo, donde específicamente su componente humano le ha aportado, desde su fundación y hasta mucho antes de ser reconocida oficialmente como ciudad, una cantidad de elementos que en su dinámica socio-cultural la han llevado a alcanzar la trascendencia y riqueza patrimonial que hasta ahora ostenta.
Desde la época colonial el valle, llamado por sus primeros colonos españoles de Santa Lucía, prestó su espacio para la instalación de las familias que hicieron suyo este paraje indígena, y lo convirtieron en un centro poblado que con el tiempo adquirió el carácter de la que seria la ciudad por excelencia de la Margarita, a la par del crecimiento de las otras poblaciones que fueron naciendo siempre reconociendo su preeminencia como centro neurálgico de lo que sería a posteriori la Provincia de Margarita y luego el estado Nueva Esparta.
Este entorno, con características únicas cumplía los requerimientos establecidos por España o en cierto modo lo requerido para la fundación de todo centro poblado, o más aún por los colonos que en ella harían vida: un curso de agua, tierras feraces y capacidad de protección natural, Konetszke (1980).
La ciudad como todos la conocerían y se conoce actualmente, en la época colonial fue objeto de asaltos piráticos razón por la cual, y por su localización estratégica generó el establecimiento de sitios fortificados en sus alrededores, así como elementos que lograran guarnecer su integridad física, de la urbe y de sus habitantes, tal como sus tradiciones e historia explican.
La Asunción es lugar donde se funden elementos étnicos que en un momento en su diversidad permitieron un mestizaje muy significativo partiendo de su origen primigenio: el indígena local, lo hispano europeo y lo africano, que le aportaron características que se proyectan hoy en su gente y se hacen realidad en su historia y su tradición cultural, como bienes consolidantes de un imaginario que apuntó a una identidad propia, ejemplo de ello, es ese ícono representativo en su devenir como es Nuestra de la Asunción que genera un proceso de pertenencia, un sentimiento identitario entre el “Asuntino” y su ciudad, dentro de un marco geográfico-espacial excepcional, es decir conformando un patrimonio ambiental cuyos bienes naturales, e Histórico-Culturales tanto tangibles e intangibles la convierten en única, consolidándola y proyectándola por la riqueza de su acervo.
Se ha de reconocer que su inventario patrimonial suma una cantidad considerable de bienes históricos y culturales tanto tangibles e intangibles. La monumentalidad de sus tesoros arquitectónicos, enmarcados en su arquitectura civil, religiosa y militar, son inigualables. Su bienes intangibles tan variados dibujan un Ethos trascendente que le aportan significativos soportes para consolidar un sentido de pertenencia y pertinencia en lo que se refiere a exponer una imagen propia y presente en por ejemplo lo tradicional, en la etnogastronomía, en su música, en sus tradiciones y particularmente en su historia.
En la Actualidad, en su consecuencialidad geohistórica, la ciudad crece y se expande y en ese dinamismo que la caracteriza en todos los ámbitos, debe tender a conservar su idiosincrasia, su forma de ser, su patrimonio, el cual, junto a su tesoro más preciado, su gente, la convierten en un lugar de atracción y conocimiento para propios y extraños, para viajeros nacionales e internacionales que la quieren conocer por su gran relevancia patrimonial.

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